miércoles, 7 de febrero de 2007

JULIO DE SANTA ANA (Uruguay, 1934)






Al llegar al fin del siglo XX, casi comenzando el venidero, se debe constatar que las expectativas creadas luego de la Segunda Guerra Mundial de poder erradicar la pobreza en nuestras sociedades, no han llegado a concretarse. Hubo un momento en el que se crearon condiciones que llevaron a muchos a creer que sería posible desencadenar procesos económicos, sociales y políticos que tendrían como consecuencia la superación de las condiciones de vida de las masas pobres del planeta. Cuando finalizó la tragedia bélica predominaba entre los líderes políticos y académicos la convicción de que era necesario evitar que se repitieran situaciones semejantes a las que hicieron que la humanidad desembocara en el horror de la guerra.
Era opinión generalizada que entre los aspectos que había que corregir estaba la gran diferencia social que producía tensiones y resentimientos que conducen a conflictos irreparables. La prioridad de la paz se impuso naturalmente, y para crear una situación exenta de conflagraciones que perturbaran la estabilidad de la situación internacional (muy tensa, dicho sea de paso, en el período de la inmediata post-guerra), era imperativo disminuir las tensiones sociales. Para ello, obviamente, había que crear estructuras socioeconómicas que contribuyeran a que los hombres y mujeres del mundo superaran la pobreza.
De ahí que uno de los mayores esfuerzos realizados entre los años l945-l950 fue el de impulsar un proceso sostenido de crecimiento económico que permitiera contribuir a la nivelación social en muchas partes del mundo. Este empeño fue muy claro en Europa y en el hemisferio americano. En otras regiones del planeta, el énfasis fue dado a la emancipación nacional y a la descolonización. Luego de la tragedia, tomando conciencia del horror que acarreó, los esfuerzos se volcaron hacia la construcción de un mundo de paz y bienestar.
Frente a la actitud esperanzada de los pueblos, la respuesta de la comunidad internacional fue clara. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) decidió la creación del Consejo Económico y Social (ECOSOC), y se lanzó decididamente a procurar que se pusiesen en marcha programas de desarrollo. Fue decidida la creación de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD), que tuvo como una de sus metas más importantes luchar contra las estructuras que generan la pobreza entre los pueblos del mundo. Siguiendo esa intención, desde los inicios de la década de los l960s, se propuso que hubiera transacciones comerciales equitativas, lo que permitiría a las naciones pobres poder superar la dependencia que caracterizaba su subdesarrollo. Ese comercio más justo les permitiría acumular suficientemente como para hacer inversiones en el campo de la salud, de la educación y en obras infraestructurales claramente necesarias para sus intereses.
El Plan Marshall, con el que los EE.UU. ayudaron a reconstruir Europa, mostró que, cuando existe una voluntad política definida en su favor, la ayuda internacional puede ser muy eficaz en procesos de reconstrucción social y de democratización. Fue una demostración de solidaridad, obviamente interesada, que consiguió poner en camino programas de crecimiento industrial en el país donador, y de reconstrucción en la devastada Europa. Si tal cosa se produjo en el Norte, ¿por qué no habría de ocurrir también en el plano de las relaciones de las naciones desarrolladas con las subdesarrolladas? Esta proposición de la mayoría de los países de la comunidad internacional no fue aceptadas por las naciones más ricas del planeta. No obstante, Holanda y los países escandinavos se aplicaron a ponerla en práctica. De ese modo dieron un testimonio de solidaridad. Esa ayuda procuraba sobre todo permitir que las poblaciones de los países que beneficiaban de la misma pudieran satisfacer, aunque fuese de modo parcial, sus necesidades básicas. Por cierto que no se debe tener una visión romántica acerca de los intereses que motivaban esta ayuda. Sin embargo, no tiene que descontarse el componente solidario que en parte la propulsó.
Los elementos de esta situación que hemos caracterizado tuvieron cierta vigencia hasta el principio de los l970s. A partir de ese momento comenzó a ser cada vez más evidente que sería prácticamente imposible poder plasmar las expectativas de disminuir la pobreza en el mundo. Otros factores contribuyeron a crear esta toma de conciencia: uno de ellos, muy importante, por cierto, es el crecimiento demográfico en ciertas áreas del planeta. Desde comienzos de la década mencionada se advierte un crecimiento innegable de la cantidad de pobres y miserables en muchos lugares del mundo, tanto en los países considerados como ‘desarrollados’ como entre los llamados ‘en desarrollo’. La situación es dramática entre los países menos desarrollados. Las necesidades básicas de una gran parte de la humanidad (25%) no llegan a ser satisfechas. Un nuevo tipo de pobres ha aparecido en naciones consideradas ricas: se caracteriza por ser subvencionado por los gobiernos, pero incapaz de conseguir un empleo al que aspiran, condenados a luchar sólo por su supervivencia.
Al mismo tiempo que empezó a advertirse este fenómeno, paulatinamente comenzaron a disminuir las prácticas solidarias por parte de los organismos políticos. El cuidado de los pobres fue quedando gradualmente en manos de organizaciones no gubernamentales (ONGs) que, conscientemente o no, han ampliado de manera que hace treinta años era insospechada, lo que algunos llaman ‘la industria del sector humanitario’. Desde que comenzó esta evolución se ha producido un desencanto del ‘Tercer Mundo’, donde se encuentra la gran mayoría de pobres y miserables de la humanidad. Aquellas perspectivas esperanzadas de poder crear condiciones que les permitirían dejar de ser pobres, hoy se encuentran por lo general frustradas.
Un proceso de corrosión
Conviene buscar comprender algunos de los elementos que acompañaban aquellas expectativas. Las mismas son uno de los frutos de un compromiso histórico (tenso, difícil, mas real) que se produjo entre el capital y las fuerzas de trabajo al terminar la Segunda Guerra Mundial. Algunos de los ingredientes de ese compromiso son expuestos en el libro de Karl Polanyi The Great Transformation..1 Al intentar interpretar sintéticamente la historia del Siglo XX, Eric Hobsbawm señala que el período comprendido entre 1950 y comienzos de los 1970s puede ser considerado como ‘una edad dorada’:2 durante ese breve lapso hubo un progreso que, si bien no fue general, sin embargo no puede ser negado. La humanidad avanzó en términos sociales, económicos, políticos, científicos, etc.
Durante ese período los movimientos sociales que Immanuel Wallerstein llama ‘antisistémicos’3 (los sindicatos, los movimientos de liberación nacional) tenían aún cierta iniciativa. Buscaron promover un orden social más democrático, tendente a disminuir las diferencias sociales, para evitar que se reprodujeran aquellos otros movimientos sociales de carácter reaccionario, como lo habían sido el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán. La meta implícita de todos estos esfuerzos era construir ‘una sociedad justa y más humana’. Para ello se creó un instrumento: el Estado de Bienestar (Welfare State), que tuvo una cierta eficacia durante un período aproximado de treinta años.
Guste o no, las cosas han cambiado en el correr de estas últimas décadas. Hoy el Estado de Bienestar como instrumento idóneo para administrar las sociedades actuales, por la mayoría de los científicos y dirigentes políticos. En la actualidad, la meta ha dejado de ser social, para ser económica. Más precisamente, para construir ‘un mercado libre’, que requiere, en términos formales una disminución de la participación del Estado en la vida económica. Esto conlleva a que el rechazo del Estado Benefactor sea acentuado.
Por otro lado, desde el punto de vista social, se advierte una pérdida de influencia de parte de los movimientos sociales tradicionales mencionados previamente. El colapso del ‘socialismo real’ es parte de esta evolución. En el período del fin del Siglo XX, la mayoría de los sindicatos no plantea la necesidad de una sociedad alternativa, donde la pobreza no exista, sino que más bien colaboran con las empresas para mantener, al mismo tiempo, el nivel de producción exigido por el mercado y las condiciones de trabajo de los obreros. Entre tanto se han afirmado otros movimientos de carácter antisistémico, que han llegado a ser muy importantes en el mundo contemporáneo: es el caso de los que luchan por los derechos humanos, por el mantenimiento del medio ambiente y una sociedad sustentable, por la dignidad de las mujeres, contra el racismo blanco, etc... Estos movimientos, cuya evolución viene desde mucho tiempo atrás, han dado una nueva consistencia a la sociedad civil. Sin embargo, para ellos la lucha contra las condiciones que crean la pobreza no es la prioridad más alta. Por eso, también entre los pobres se percibe que muchos se sienten desamparados. Se entregan a la intención de su deseo mimético4 de seguir el modelo de vida de los ricos. Dejando de lado la lucha por sus derechos, muchos pobres se ajustan y se resignan a vivir con carencias a insatisfacciones.
Además de todo esto, desde el punto de vista económico, desarrollos científicos y tecnológicos van contribuyendo a transformaciones muy importantes del sistema económico dominante. Si hacia el comienzo del período de post-guerra la economía se transnacionalizó, ahora se la globalizado. Se entiende por globalización un proceso de integración de mercados,5 que ya existe en aquellos planos de la actividad económica en el que es posible operar de manera virtual. Es el caso de las transacciones financieras y del mercado de servicios. La exigencia es que estos mercados se autorregulen por sí mismos. Por lo tanto, que la influencia del Estado disminuya. En este contexto surge la pregunta: entonces, ¿quién puede cuidar de los pobres?
Como fue dicho previamente de manera rápida, hoy los pobres en su gran mayoría están condenados a luchar por su supervivencia. Este es uno de los factores que promueven el gran crecimiento de la economía informal, que también es considerada ‘sumergida’, clandestina. Se acepta trabajar sin protección alguna, sin seguros que cubran la inestabilidad y los peligros de la actividad productiva. Cuando los pobres aceptan (y lo hacen cuando se ven obligados a ello, sobre todo en los países en desarrollo o menos desarrollados) trabajar en estas condiciones, están realmente desprotegidos.
En algunos países (no importa si son ricos o no), los pobres se ven obligados, al tratar de hacer algo para sobrevivir, a dejar descuidados a sus niños, o a obligarlos a que trabajen antes de una edad apropiada para hacerlo. En algunos países donde se desarrollan algunas industrias que intentan satisfacer los deseos de quienes disponen de tiempo ocioso, como es la del turismo, la prostitución permite a algunos esquivar la presión de las necesidades de vida más concretas. Esto no hace más que deteriorar, corroer, la vida de los pobres. Sus posibilidades de vida disminuyen. No les queda otra posibilidad que la de ajustarse a las condiciones que les impone el sistema económico global dominante.
Este sistema, por su parte, no contribuye a transformar esta situación. Más bien, su imperativo de construir un mercado libre significa que los países desprivilegiados experimentan como si les impusieran con violencia una camisa de fuerza que los obliga a aceptar esos ajustes. Si, para encarar con ciertas posibilidades el futuro, no les queda otra alternativa que someterse a las exigencias del mercado global, inevitablemente tienen que conformarse con su pobreza. Para ser competitivos tienen que vender bueno y barato, lo que significa que sus trabajadores tienen que esforzarse mucho y recibir poco en compensación por la fuerza que dispensan en el proceso de producción.
La situación se torna aún más difícil para los sectores pobres de nuestras sociedades cuando se percibe que el sistema económico global es dominado por el capital financiero. Hoy, quien desea tener más, invierte en los mercados financieros y sus derivados. ¿Qué pueden hacer los pobres si no tienen dinero? El crecimiento de la deuda externa de muchos países pobres se explica por este círculo infernal que comienza por solicitar dinero, que hay que reembolsar pagando intereses muy altos, superiores a la tasa de su crecimiento económico, lo que conduce a que endeuden cada vez más. En el proceso de globalización (integración de mercados, según se ha dicho), predominan el capital financiero, estrechamente relacionado con el sector de servicios (es el caso de las redes de comunicación, de informática, a las que los pobres difícilmente tienen acceso).
Es un sistema económico global que exige fuertemente una actitud competitiva. Esto, no está mal en sí mismo. El problema que se plantea para los pobres es que para ser competitivo hay que tener ciertas competencias (por ejemplo, formación adecuada), que los pobres no disponen. Antes bien, la mayoría de los pobres percibe que, en su intento de supervivencia, le es más fácil colocarse en las manos de los que participan en el manejo de los mecanismos que dominan los mercados.
El sistema económico global de nuestro tiempo indica la existencia de un capitalismo virtual. La posesión de los medios de producción es el elemento más importante en esta economía global. En la actualidad, los medios de producción que más interesan no son la tierra, o las máquinas de la industria, sino aquéllos que permiten participar en esta producción virtual, como ocurre en los mercados financieros. Esto permite una concentración de poder económico en un número de personas que, si bien puede crecer cuantitativamente, no deja de ser proporcionalmente cada vez más pequeño en comparación con el resto de la población del mundo. A través del manejo operativo de estos medios, algunos elementos de la vida económica, se transforman de virtuales en reales (como ocurre, por ejemplo, con los mercados financieros derivados, Hedge Funds, etc.)
La gran mayoría de los pobres no tiene participación activa en este sistema. Por eso, en este momento de la historia, las expectativas de los l950s se han transformado en desilusiones.
Las iglesias. Entre el evangelio y el mercado
Al hablar de Iglesia en este artículo lo hacemos de una manera un tanto imprecisa: nos referimos principalmente a las instituciones eclesiásticas y la comunidades cristianas. Tanto unas como otras son actores económicos: pagan salarios, tienen propiedades, obligaciones financieras, consiguen beneficios a partir de ciertas inversiones, etc. Ser iglesia significa ‘estar en el mundo’. Un problema que se plantea, tanto a las instituciones como a las comunidades, es cómo estar en el mundo sin ser del mundo, respondiendo así a la plegaria de Jesús (Jn. 17.14-16).
Una forma activa que las Iglesias han practicado es la de hacer declaraciones que llaman a la comunidad internacional (cristiana o no) a tomar conciencia de la dramática situación en la que se encuentran los pobres en nuestro tiempo. En algunos casos esas declaraciones han motivado a ciertos sectores de las comunidades cristianas a participar en campañas de solidaridad en favor de los pobres. Para citar un ejemplo reciente, es el caso de Jubileo 2000, apelando a los acreedores para que cancelen la deuda de los países más pobres, cosa que ha tenido un resultado positivo en términos parciales.
Otra forma, más concreta y material, ha sido la tradicional de dar asistencia a los pobres. Es una manera que las iglesias han practicado desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, los Obispos de las Iglesias Orientales en los Siglos V a VII, al comenzar su ministerio en la diócesis correspondiente, hacían un inventario de la misma, poniendo especial cuidado en la consideración de la situación de los pobres. A partir de ello organizaban la obra filantrópica del pueblo que estaba bajo su responsabilidad ministerial.6 Esta tradición ha permanecido a través de la historia de la Iglesia. Es la liturgia después de la liturgia que se practica en las Iglesias Ortodoxas. Es la organización de la asistencia caritativa intereclesiástica de muchos organismos ecuménicos en la actualidad. De este modo se procura aliviar las penas y estrecheces de quienes sufren la pobreza.
Otros, en el contexto de aquel impulso por la aspiración al desarrollo en el tiempo de las expectativas de erradicar la pobreza mencionas previamente, han intentado ofrecer recursos para un desarrollo autogenerado por comunidades o cooperativas de los pobres. Es el caso, por ejemplo de la Ecumenical Development Cooperative Society (EDCS), o del Ecumenical Loan Fund (ECLOF), ambos organismos inspirados por el Consejo Mundial de Iglesias. Los resultados obtenidos, aunque muy limitados, son significativos, permitiendo percibir que es una manera interesante para contribuir a que los pobres superen sus limitaciones.
También las Iglesias han hecho opciones concretas de carácter teológico y pastoral en favor de los pobres. Es lo que algunas tendencias teológicas de Latinoamérica, de Asia y de África han hecho. Lo mismo ha ocurrido con algunos teólogos Afro-Americanos en los EE.UU.. La teología latinoamericana de la liberación fue decisiva para que en las Conferencias de Obispos Católico-Romanos de América Latina en Medellín (1968) y Puebla (1979), se hiciese la ‘opción preferencial por los pobres’. Del mismo modo, los teólogos de la así llamada ‘Min Jung Theology’ en Corea del Sur han articulado su reflexión teológica y su acción pastoral en solidaridad con los pobres. Esta tendencia ha sido muy fuerte entre los teólogos del Tercer Mundo.7
No obstante, concomitantemente, los intereses diversos de las iglesias las han conducido a participar de manera activa en algunos aspectos de la economía global. Para ser más concreto, en los mercados financieros y de sus productos derivados. Las iglesias tienen que asumir muchas veces el pago de los fondos de pensión de sus funcionarios. Eso motivó a algunas de ellas de invertir fuertemente en las operaciones financieras, especialmente en un momento en el que las instituciones eclesiásticas tradicionales en los países históricamente cristianos pasan por la experiencia de recibir una cantidad menor de dinero a través de las ofrendas de sus miembros.
Más todavía: se advierte que han un cierto número de instituciones eclesiásticas que tienden a organizarse siguiendo el modelo de la empresa comercial transnacional. Incluso, las hay que se estructuran como empresa de comunicaciones. Es el caso, que no es aislado, de la Iglesia Pentecostal del Reino de Dios, en Brasil, inexistente en l976, y que en el momento actual está implantada en más de cuarenta países; es una iglesia que tiene como espinal dorsal la tercera red de comunicaciones (radio, TV, con los correspondientes elementos que caracterizan estos conglomerados) en Brasil.
Esta participación en el mundo de la economía global va dando lugar al desarrollo de una nueva teología de la prosperidad. Se entiende que la conversión sitúa a la persona humana frente a Dios, quien quiere que el individuo sea próspero (que acumule riquezas y bienestar, lo que da testimonio de su relación con Dios, que lo bendice), que tenga salud (de ahí el énfasis en curar a los enfermos) y en la posesión del poder del Espíritu Santo (no tanto ser poseídos por el Espíritu, como disponer del mismo). Este mensaje atrae fuertemente a los pobres, que en África o Latinoamérica se vuelcan hacia expresiones pentecostales o carismáticas de la fe cristiana. Hasta el punto de que algunos dicen: ‘La teología de la liberación hizo una opción por los pobres, pero éstos han hecho una opción por los pentecostales’.
Estas prácticas eclesiales no pueden dejar de lado el desafío del Evangelio, buena noticia para los pobres. No se trata meramente de asistencia, sino de la transformación de condiciones y estructuras que generan pobreza. El mensaje de Jesús en este sentido es bien claro.8 Las iglesias no pueden dejar de tener en cuenta que el problema mayor, en la Biblia, no es el ateísmo, sino la idolatría. Hoy, en tiempos de globalización, experimentamos la idolatría del mercado,9 de la que es necesario liberarse. Puede ser que la globalización (integración de mercados y expansión libre de los mismos ) solucione problemas de la vida de los ricos. Al mismo tiempo agrava la penuria de los pobres.
Me parece que, entre el mercado y el Evangelio, las Iglesias tienen que hacer una opción clara por la fidelidad a este último. Para ser concreto, creo que deben proceder a través de casos concretos, aprendiendo, por ejemplo, de su participación en la campaña del Jubileo 2000. Estos pasos no resuelven todo el problema, pero contribuyen a encararlo de manera más apropiada a la vocación evangélica. En esta línea me animo a proponer:
Primero, que los programas educativos de las iglesias enfaticen la necesidad de la práctica de la solidaridad orgánica . Solidaridad con los pobres y solidaridad activa con los organismos y asociaciones de la sociedad civil que buscan disminuir el impacto negativo del sistema económico global. En este sentido, incorporarse de manera más decidida a quienes en Seattle manifestaron la necesidad de hacer que las organizaciones que son responsables del proceso de globalización sean más transparente e interesadas en el bienestar de los pueblos.
Segundo, dar más importancia a la revitalización de la ética política de los cristianos, que al mismo tiempo que buscaría el fortalecimiento de la conciencia de responsabilidad política de los laicos, buscaría también redefinir el papel del Estado como protector de los pobres.
Tercero, que las iglesias apoyen la campaña que en este momento ha sido lanzada para que se imponga una cantidad mínima (por ejemplo, 0.011%, como lo propuso el ganador del Premio Nóbel A. Tobin, hace ya algunos años) a las transacciones financieras internacionales. Hay quienes entienden que esta iniciativa es fantasiosa. Me parece que ella depende de si existe o no voluntad política para ponerla en marcha. Esta voluntad puede imaginar mecanismos que permitan hacer viable esta propuesta. El recaudo de esta imposición debería ser vertido para promover el crecimiento económico y el desarrollo social de los pobres.
Notas
1 Polanyi, Karl: The Great Transformation, 1944.
2 Hobsbawm, Eric: Age of Extremes. The Short Twentieth Century History: 1914-1991. London: Michael Joseph, Ltd.; 1994. See: pp. 225-400.
3 Wallerstein, Immanuel :The Politics of the World Economy. The States, the Movements and the Civilizations. Cambridge: Cambridge University Press; 1985. See pp. 97-145.
4 René Girard es quien ha trabajado en profundidad este concepto del deseo mimético. Véase su libro La Route Antique des Hommes Pervers. París: Grasset; 1985. pp. 59-80.
5 Véase de Julio de Santa Ana (Ed.) : Sustainability and Globalization. Geneva: WCC Publications; 1998.
6 Demetrios J. Constantelos: Bizantine Philanthropy and Social Welfare. New Brunswick and New Jersey: Rutgers University Press; 1968.
7 The Ecumenical Association of Third World Theologians (EATWOT) has worked, since its inception in l976, with this orientation.
8 Entre muchos textos, ver Lk. 4. 16-22; Lk. 6. 20-26; Lk. 16.1-13; Lk. 18.18-27 y paralelos.