miércoles, 29 de diciembre de 2010

Beatriz Melano (Uruguay, 19 -2004)


Teoria de la interpretación según Paul Ricoeur.
Contenido del índice
Introducción
Prólogo de Paul Ricoeur
Cap.I. Introducción al pensamiento de Ricoeur
Cap.II. Hermenéutica y estructuralismo
Cap.III. Hermenéutica y femenología
Cap.IV. Hermenéutica y ontología
Cap.V. Hermenéutica y exegesis bíblica
Conclusiones.

Emilio Castro (Uruguay, 1927)


Consejo Mundial de Iglesias
Predicación del culto de clausura, VIII Asamblea, Harare, Zimbabwe, 1998
2 Corintios 4
www.wcc-coe.org/wcc/assembly/ec-s.html
Durante esta Asamblea, he releído las epístolas a los Corintios, las que encontramos en el Nuevo Testamento. Parecería que el apóstol las hubiera escrito pensando en nuestra Asamblea. Allí encontramos discusiones sobre el papel de la mujer, las diferentes tradiciones a las que pertenecen los corintios (1 Co.2:12), los problemas de comportamiento en la familia, las diferentes formas de espiritualidad, las colectas para los santos, una discusión acerca de lo que significa el orden en el culto, el reconocimiento de los diferentes dones, la afirmación de que somos un solo cuerpo con muchos miembros, un debate sobre el sincretismo. El apóstol se dirige a una comunidad real, a un cuerpo formado de santos y pecadores, con amonestaciones, enseñanzas e incluso amenazas destinadas a corregir a aquella comunidad y reafirmar la unidad del cuerpo de Cristo. No sé si algún punto del orden del día de nuestro Consejo ha escapado a la atención del apóstol. En medio de su carta, el apóstol se detiene para hacer lo que nosotros llamamos anamnesis, rememoración, volviendo a lo esencial. El Dios Creador que dijo "que la luz resplandezca en las tinieblas" ha iluminado "nuestros corazones para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (versículo 6).
No estamos reunidos para aprobar cuestiones secundarias. El problema no es sustituir una palabra por otra, incluso cuando esto puede resultar necesario; es algo mucho más vital. Vivimos bajo el hechizo, el asombro, la conciencia de la milagrosa acción de Dios. En todas nuestras deliberaciones hemos buscado la manera de comunicar al mundo entero este maravilloso conocimiento, este maravilloso poder. Tenemos que aprobar resoluciones sobre derechos humanos. Pero a través de estos documentos, los hombres y mujeres de frica, llenos de esperanza, están buscando nuevos caminos para el futuro, nuevos caminos para las multitudes agonizantes, en un mundo de conflictos y confusión.
Recuerdo una visita a Sudáfrica, respondiendo a una invitación para participar en los funerales de 30 jóvenes asesinados en una manifestación pública en el Transkei. Las familias y los amigos habían pedido al Consejo que estuviera con ellos, expresando simbólicamente la solidaridad de los creyentes de todo el mundo. En esas situaciones, una solidaridad dolorosa, esperanzada, expresa claramente lo que quieren decir nuestras resoluciones sobre derechos humanos. Hemos aprobado resoluciones sobre los pueblos indígenas, pero más allá de esas resoluciones, hemos visto a indígenas de todos los rincones de la tierra que llegaban año tras año a Ginebra a presentar su situación a las Naciones Unidas y encontraban en la sede del CMI su hogar espiritual. No estamos predicando por nosotros mismos; proclamamos a un Dios compasivo y nosotros somos los servidores de ustedes por amor a Jesús.
Antes de regresar a nuestros hogares deberíamos recordar la esencia de nuestra fe y de nuestra reunión en la familia del CMI. El Dios misericordioso ha tomado nuestras vidas y nos ha reclutado al servicio de su poder creador. El apóstol reconoce inmediatamente la pretensión de esta tremenda afirmación y continúa diciendo que guardamos ese tesoro, ese conocimiento, esa experiencia, ese poder, en vasijas de barro: una realidad frágil, quebradiza. Por eso, la segunda parte de nuestra Asamblea, luego de la anamnesis, ha sido precisamente un llamamiento al arrepentimiento, una vuelta a Dios. La conciencia de la gloria en Cristo nos pone de rodillas.
Es necesario comprender muy claramente que este extraordinario poder pertenece a Dios. El apóstol pone dos acentos contradictorios en una única frase: se trata de un gran poder, el poder de la creación, el poder capaz de transformar nuestra vida, que trata de transformar la vida de todos los seres humanos en toda la creación. El mundo necesita esta experiencia, necesita conocer al Dios misericordioso. Al mismo tiempo, la confesión de nuestros pecados es un agradecido reconocimiento del poder y la misericordia de Dios. El testimonio que debemos dar es el del poder de salvación de Dios. Todas nuestras debilidades, nuestros pecados, todas nuestras querellas no pueden impedirnos proclamar al mundo, no a nosotros mismos, sino a Jesucristo, Señor misericordioso y sufriente. Conocemos nuestra fragilidad. Si seguimos esta vocación ecuménica es para anunciar la reconciliación en Cristo. Si llamamos a las gentes a la liberación, si queremos expresar solidaridad, si buscamos la unidad de la Iglesia en la promesa de Dios, todo esto viene de Dios, no de nosotros. Somos vasijas de barro, fáciles de romper. Participamos en una interpretación errónea de la visión del mundo.
Proclamamos el poder de redención de Dios, el consuelo y la esperanza. Por ello, nosotros como individuos y como Consejo Mundial de Iglesias, podríamos estar, como dice el apóstol en los versículos de 8 a 10, "atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos."
Por esa realidad, por ser hijos de Dios, nacidos del Espíritu, continuaremos bregando por la unidad de la Iglesia, anunciando la liberación en un planeta mundializado, y luchando contra los prejuicios, las faltas y el pecado. Volvamos a lo esencial, el poder creador de Dios: en el que creemos, por el que damos gracias, y el que queremos proclamar al mundo.
Por la experiencia que tenemos de la vida de nuestras iglesias, conocemos las tensiones que existen entre el poder de Dios y nuestra imperfección humana. En todas partes del mundo, vemos miles de personas que piden a sus sacerdotes que los bendigan antes de ir a enfrentarse con las luchas cotidianas de su existencia. Vemos a los enfermos que están muriendo de SIDA recibiendo el consuelo de la visita pastoral de un hermano o una hermana. O a quienes luchan por superar el mal y miran a la iglesia como una aliada, como un poder, una realidad que sobrepasa nuestras posibilidades humanas. Es verdad que estamos llamados al arrepentimiento, conscientes del poder de Dios que se manifiesta en nuestro desamparo. El mundo tiene necesidad de saberlo, tiene necesidad de la ayuda de ese poder.
Inspirados en esa sorprendente consciencia del Dios Creador, volveremos a nuestros hogares y seguiremos avanzando hacia el reino para que "la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal."
La alegría no es un insulto para los hombres y mujeres de la tierra que sufren si esa alegría es el asombroso anuncio de una gracia que nos es dada a nosotros, los más pequeños, cuando Jesucristo viene a nuestro encuentro.
La Asamblea está terminando. Desde el punto de vista formal, iniciamos el camino hacia la Novena Asamblea. Pero, una vez más, hemos visto y vivido el misterio de la presencia de Dios, y, como un frágil barco continuamos navegando "puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe". Es el poder de Dios, es la causa de Dios. Porque "sabemos que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros."

Emilio Castro fue el cuarto secretario del Consejo Mundial de Iglesias, cargo que ocupó de 1985 a 1992. Pastor metodista de Uruguay, Castro estudió con Karl Barth en Basilea, Suiza, y obtuvo su doctorado en la Universidad de Lausana. Ha sido pastor responsable de varias parroquias y ocupó distintos cargos en varios organismos ecuménicos de cooperación en América Latina y a nivel internacional antes de unirse al personal del CMI como director de la Comisión de Misión Mundial y Evangelización en 1973.
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Emilio Castro: una trayectoria teológica, pastoral y ecuménica
LC-O
23 de Junio de 2007
www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&task=view&id=575

I
Con la aparición de Pasión y compromiso con el reino de Dios. El testimonio ecuménico de Emilio Castro, de Carlos Sintado y Manuel Quintero (Buenos Aires, Kairós) comienza a hacerse justicia a toda una generación de pensadores y teólogos protestantes latinoamericanos cuya labor más intensa se llevó a cabo durante varias décadas de la segunda mitad del siglo XX. Al nombre de Castro hay que agregar los de José Míguez Bonino, Orlando Fals Borda, Mauricio López, Federico Pagura, Sergio Arce, Gonzalo Castillo Cárdenas y Rubem Alves, entre muchos más que participaron en la apertura de la mentalidad ecuménica de las iglesias evangélicas latinoamericanas. Además, este reconocimiento histórico para quien llegó a ser secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) entre 1984 y 1992, bien puede verse como la consumación de un trabajo desarrollado en diversos espacios teológicos y eclesiásticos por lo que podría denominarse la armada uruguaya: Luis E. Odell, Mortimer Arias, Beatriz Melano, Hiber Conteris, Julio de Santa Ana, Julio Barreiro, Óscar Bolioli, Carlos Delmonte y Julia Campos. Al pasar revista a sus esfuerzos, aun cuando muchas circunstancias que enfrentaron fueron verdaderamente problemáticas, el saldo es bastante positivo.


Así, los ya fallecidos Odell, Melano y Barreiro, dejaron una huella profunda en la conformación del nuevo panorama cristiano en el continente. Odell fue el espíritu que animó al movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL), Melano fue de las primeras en plantear la teología feminista: su ensayo “Sor Juana Inés de la Cruz, primera teóloga de América”, junto con su libro La iglesia y la mujer (1973), son dos hitos en este sentido., además de que fue ella quien dio a conocer tenazmente el pensamiento de Paul Ricoeur. Barreiro, quien dirigió la revista Cristianismo y Sociedad en los años 70, fue un abogado y politólogo profundamente comprometido con la transformación social de su país y del continente. Su libro El hombre en la Biblia es un ejemplo de teología laica bien pensada y estructurada.

Arias, a su vez, trabajó arduamente en el campo de la evangelización y ejerció como obispo de Bolivia, adonde dio un sólido testimonio de compromiso social. Santa Ana sigue produciendo análisis teológico-económicos, luego de trabajar en ISAL; el CMI y en Brasil. Conteris es ahora un escritor de renombre, después de ser integrante de ISAL y pasar algunos años en prisión por su opción política. Bolioli es presidente de la Iglesia Metodista Uruguaya, tras varios años de colaboración activa en la Iglesia Metodista estadounidense. Lamentablemente, no se vislumbra quiénes podrían sucederlos en la actualidad, ante las exigencias eclesiales de hoy.

Por otra parte, las nuevas generaciones de estudiantes necesitan conocer más de cerca el fruto del trabajo de estos hombres y mujeres, pues la vertiente protestante de la teología latinoamericana no ha recibido la divulgación que merece, debido entre otras cosas, al mayor realce que han recibido las obras de autores católicos. Se requiere elaborar investigaciones que tracen panoramas suficientes del desarrollo de esta teología, puesto que, a pesar de la incomprensión de la que ha sido objeto, el rostro del protestantismo latinoamericano no sería el mismo sin ella.

II
En el caso de Emilio Castro (1927), algunas de sus publicaciones siguen vigentes, pues no han aparecido en el horizonte latinoamericano otros trabajos relacionados con su campo de interés que verdaderamente sean una alternativa producida por autores latinoamericanos. Desde su texto “Misión y evangelización”, de Id por el mundo. Estructuras para la misión (1966, el mismo año de la gran participación del contingente latinoamericano en la Conferencia Mundial de Iglesia y Sociedad del CMI), hasta su libro colectivo Pastores del pueblo de Dios en América Latina (1973) muestra su enorme preocupación por ofrecer herramientas teológicas sólidas a las iglesias en la práctica pastoral y evangelizadora. Aún es posible encontrar en Hacia una pastoral latinoamericana (1974) algunas orientaciones para el trabajo pastoral. Su intensa búsqueda de un “estilo pastoral latinoamericano” se agiganta frente a las formas que ha adquirido el ejercicio pastoral en estos tiempos de la llamada teología de la prosperidad y otras corrientes. Sus páginas sobre el culto como acción política siguen desafiando a sus lectores. Sus libros de sermones son testimonio de la forma en que interrogaba la manera en que la iglesia debía responder a la realidad.

Todavía recientemente en Las preguntas de Dios. La predicación evangélica en América Latina (2004), nueva recopilación de sermones, abre con un análisis profundo del tema. Afirma, por ejemplo: “La comunidad cristiana local es todo menos pasiva frente a la predicación. La ilustra, la sostiene espiritualmente, contribuye a su preparación e incluso después la confirma, la difunde y anticipa las respuestas que el Espíritu Santo provocará en toda la comunidad reunida”.
1 Los sermones exploran, con el sello protestante clásico, una serie de preguntas bíblicas que reclaman respuesta urgente. Y es que Castro, al igual que muchos de sus contemporáneos, ha insistido en subrayar la identidad protestante latinoamericana, como consecuencia directa de lo sucedido en los congresos evangélicos de la primera mitad del siglo pasado, pues al mismo tiempo que demanda una transformación consistente de las mentalidades, no olvida el intento por “aterrizar” la gran tradición protestante en sus mejores aspectos.

III
Su estancia en Basilea como el primer alumno latinoamericano de Karl Barth marcó para siempre su desarrollo personal e institucional. Al llegar a Basilea se planteaba: “Yo quiero prepararme para el ambiente intelectual uruguayo y no sé si me van a ayudar para ese propósito los estudios de Nuevo Testamento. Pero lo más importante era entender el choque entre el cristianismo y el positivismo como se lo vivió en Europa y como estábamos viviéndolo en Uruguay, en la filosofía y la teología, para responder a una interrogante: ¿qué dice esto a ese mundo secular, , cómo lo enfrento?”. (p. 107) Porque no hay que olvidar que Uruguay tal vez sea el país más secularizado de América. Y es que a los énfasis en la pastoral y la evangelización que desarrolló desde sus pastorados iniciales (en Argentina, Uruguay y Bolivia), agregó un celo teológico que nunca lo ha abandonado. Castro conoció de primera mano la importancia que Barth otorgaba a la predicación, pues, decía el teólogo suizo: “Con una conferencia usted tiene los libros y si tiene una inteligencia más o menos normal, está seguro del resultado, usted controla situación. En el sermón usted nunca sabe cuál será el resultado: el sermón es luchar con Dios, usted vive temblando, ¡es por ahí que pasa la verdadera predicación!”. (p. 111) Esta influencia imborrable marca un contraste con otros discípulos latinoamericanos de Barth, alguno de los cuales, mientras trabajaba en México recibía el regaño de Orlando Costas al escucharlo predicar.

Así evalúa Castro la influencia de Barth:

¿Qué significó Barth para mí? Primero, una liberación del dilema fundamentalismo versus liberalismo, en torno al cual estaban polarizadas las iglesias latinoamericanas. Barth, con la trascendencia que da a la Palabra y con la existencialidad de la Palabra, nos enseña que a Biblia es la Palabra de Dios cuando se la abre en comunidad, o cuando se la lee invocando al Espíritu Santo. [...]

Fue una revolución para mí, con pensamientos tan importantes como que al ‘no’ de los hombres a Dios corresponde el ‘sí’ de Dios a los hombres. [...] En ese sentido, para mí fue también una liberación extraordinaria y noto un cambio en el contenido de mi predicación cuando regreso al Uruguay. (pp. 114, 120, cursivas originales)

Este libro, siendo una especie de biografía oficial, atrapa al lector pues es también una larga entrevista retrospectiva y, de ese modo, es posible acercarse a los contextos que explican en gran medida la trayectoria ecuménica de Castro. A lo largo de sus 17 capítulos y más de 500 páginas, palpita el entusiasmo perseverante de alguien que, proviniendo de una región pobre de Uruguay, se traslada a estudiar a Argentina y sigue su camino hacia los espacios ecuménicos internacionales. Su pastorado en la iglesia principal de Montevideo lo coloca en una situación que hoy denominaríamos como “políticamente incorrecta”, pues desde ese puesto se ve inmerso en la vorágine de la lucha política y su opción, necesariamente, fue por la izquierda, que elegiría después la ruta armada. En Montevideo fue un pastor que “inquietaba y alegraba” debido a los énfasis de sus sermones y a sus posteriores apariciones en la televisión.

Su paso por la Asociación Sudamericana de Instituciones Teológicas (ASIT) y el Movimiento por la Unidad Evangélica Latinoamericana (Unelam) hizo que tuviera estrechos contactos con otros grupos afines, precisamente en la época de la polarización ideológica en el seno del protestantismo latinoamericano. Su trabajo en Unelam resultó fundamental para enlazar las pasadas conferencias evangélicas con lo que a fines de los 70 llegaría a ser el Consejo Latinoamericano de Iglesias (reunión preparatoria de Oaxtepec). Esa fue la plataforma que lo lanzaría a espacios ecuménicos de mayor trascendencia. Cuando empieza a participar en reuniones del CMI y de otros organismos, advierte “la tensión entre una perspectiva evangélica dirigida esencialmente a la salvación del individuo y otra más preocupada por los cambios sociales y económicos, a lo que se sumaba un énfasis especial en la búsqueda de la justicia y la paz en los asuntos internacionales” (pp. 197-198). Esta tensión, familiar para él, la resolverá en la medida que participe cada vez más en el movimiento ecuménico, aun cuando en círculos juveniles no fue muy bien aceptado.

El capítulo 8 (“Conflicto social y obediencia cristiana”) es, tal vez, el que mejor refleja las dificultades de articular un discurso y una praxis protestantes acordes con los nuevos tiempos, especialmente en la época de los Tupamaros uruguayos. Castro interviene como mediador y a a dar a la cárcel, experimentando la represión y la persecución, además de la incomprensión de algunos sectores de la iglesia. Llegar a la Comisión de Evangelización y Misión del CMI, en sustitución de Philip Potter, le permitió entablar diálogos hasta entonces impensables con los espacios evangelísticos conservadores, pues las polémicas que protagonizó con otros dirigentes como Carl McIntire y Billy Graham se resolvieron de la manera más cristiana y civilizada posible. Su amistad y trabajo con Orlando Costas, establecido en los 70 en Costa Rica, tuvo frutos notables dada su actitud crítica hacia el movimiento Evangelismo a Fondo, del cual Costas era uno de los dirigentes. En 1972 participó en la Conferencia de Misiones de Bangkok, cuando se planteó el tema de la moratoria de la misión, y en 1975 en Nairobi, en la quinta Asamblea del CMI, así como en otra conferencia sobre Misiones en Melbourne, Australia (1980). En esa época entraron en escena las iglesias ortodoxas.

El capítulo 11 expone sus iniciativas para dialogar con otras religiones, algo no muy favorecido entonces. En 1984 completó su doctorado y estuvo a punto de volver a América Latina como rector de ISEDET, pero entonces surgió la posibilidad de alcanzar la secretaría general del CMI, puesto al que accedió en 1984 y donde desarrolló una intensa labor. Allí le tocó enfrentar el fin de los regímenes socialistas, por ejemplo, y acoger plenamente a los ortodoxos, además de mantener el acercamiento con la iglesia católica. Al fin de su mandato, en 1992, el rostro del CMI se preparaba para los cambios que vendrían con el fin de siglo. El libro subraya bien sus diálogos con personalidades como Fidel Castro y Nelson Mandela, en una larga lista.
Posteriormente, Castro volvió a Uruguay, pero ha regresado a Suiza y alterna estancias allí con otras en Montevideo. Su esposa Gladis falleció en 2005.
El resumen de su experiencia ecuménica es aleccionador:

En todo lo que hemos conversado hasta ahora creo que trasunta mi pasión por la misión de la iglesia, por la evangelización, por la dinámica del Reino, por el testimonio. Lógicamente, el servicio social está implícito en cada mención del Reino. [...] el tema de la unidad de la iglesia sigue siendo fundamental. Cuando llego a la Comisión de Misión y Evangelización, aclaro que debíamos intentar poner al evangelización en la agenda del Consejo claramente, como realidad de la vida de las iglesias y como testimonio al mundo y a las otras iglesias cristianas que criticaban al Consejo por esa falta de expresión evangelística. Asimismo, cuando asumo la secretaría general, tengo la convicción de que la unidad de la iglesia era un tema a retomar. (p. 349)

1 E. Castro, Las preguntas de Dios. La predicación evangélica en América Latina. Buenos Aires, Kairós, 2004, p. 44.